Viernes. La mesa está llena de tercios vacíos -y no es una contradicción-, sinónimo de varias horas amenizadas por buenas conversaciones. Lo que se conoce en el pueblo como “estar en la gloria”.
Ya pasan de las 17:00 y el alumnado hace unos minutos que caminaba con sus familias por nuestro lado hacia sus casas para comenzar el fin de semana. No uno cualquiera, sino el que pone fin a las fiestas patronales de mayo. Que, entre tú y yo, ¡vaya fechas para celebraciones! Te quedas con la miel en los labios. El ambiente y el pueblo se engalanan de verano unos pocos días para, con la llegada del domingo, volverse a poner el uniforme de la rutina. Así no hay quien se aclare ni quien sea productivo en el final de curso.
En fin. Seguimos en la terraza. De las 7 personas que hemos comenzado con la primera ronda tan solo quedamos tres: Alba, Esther y un servidor.
Lejos de mirar el reloj y con una ausencia total de prisa, además de empujar los quehaceres hasta el final de la lista de tareas, seguimos de charreta, poniéndonos al día sobre aspectos educativos, personales y algún que otro chisme, como dicen mis criaturas de quinto.
De la excursión de final de curso pasamos a la evaluación. De la evaluación a las notas. Y de las notas a la graduación, tanto de infantil como de primaria. Unas graduaciones que, en algunos casos, sobrepasan lo necesario y lo suficiente.
Está bien celebrar, reconocer y felicitar. Pero tampoco hay que pasarse. Es importante no caer en el mismo error que ya hemos cometido con las comuniones. ¿Habéis visto cómo son esas celebraciones ahora? Las comuniones son las nuevas bodas. Y no lo digo porque se besen los padrinos. Solo faltaría.
A lo que íbamos.
Esther nos contaba que con cada grupo que tutoriza en infantil hace una dinámica. Una especial, de las que te emocionan solo con imaginártela. Y la pienso copiar. Te cuento.
Al final del último curso de infantil, justo antes de graduarse con sus birretes y sus mejores galas, los niños van introduciendo en una caja objetos, trabajos y demás cosas que pueden ser interesantes para ellos: un poco de arena del patio, sus libretas, dibujos, algún juguete, etc. También le pide a las familias que añadan una pequeña nota dirigiéndose a sus criaturas. Esas que, en ese instante, tienen cinco para seis años. Importante recordarlo a estas edades, no sea que nos descontemos.
Esa caja se cierra y se guarda bajo custodia durante el siguiente sexenio que, para algunos de vosotros -en el mejor de los casos- puede suponer un aumento de sueldo, pero para estas criaturas supondrá cerrar una nueva etapa.
Seis años. Ni uno más. Así, tras haber superado los cursos de la primaria, con bagaje de experiencias, aprendizajes y a punto de entrar en la adolescencia, dejando atrás el colegio y con el carnet que da acceso al instituto (el mismo carnet que te debe obligar a llevar la mochila colgando por debajo del culo o a creer que el mundo y tus padres están contra ti), vuelven a abrir la caja.
La graduación de sexto, más allá de trajes, camisas, inicios en el maquillaje, tupés, flequillos revoltosos y algún que otro grano en la cara, cobra todo el sentido del mundo.
Tras quitar la tapa, quizá con algo de polvo, volvemos a dar vida a las ilusiones de esos niños que dejaban atrás “el cole de los pequeños”. Volvemos a mirar a la cara a esos nervios y miedos que nos inundaban al pensar que nos cruzaríamos con la gente de sexto por los pasillos. Descubrimos las palabras que quizá nunca nos dijeron nuestros familiares, pero que las dejaron escritas para este día. Porque ellos/as sabían que hoy tendrían mucho más sentido que en esa graduación de hace seis años.
No es la caja, sino lo que guarda. No es la graduación, sino el sentido que le otorgamos. No es la vida, sino cómo la aprovechamos.
Yo, con el permiso de Esther, le copio la dinámica. Comienzo a guardar mis recuerdos, experiencias, fotos, vídeos, pensamientos y aventuras en un lugar como este para, en mi caso, recordarme que nunca tengo que dejar atrás la “vida de los pequeños”.
Y acabo.
Tú. Sí tú. Mírame y léeme con atención. Te escribo con 28 años, para 29. Cuando me leas estarás rozando los 35. Solo te pido una cosa. Una solo. Espero que todavía no hayas probado la pizza con piña. Sé que será así. Sigue por este camino y todo te irá bien en la vida. Te quiero, sexy.
¡Ah! Y mira el móvil que seguro que te ha llamado tu madre.
Chao.