Hace justo un año te escribía desde Argentina, más concretamente desde Bariloche. Lo hacía a diario ya que, al ser verano y estar inmerso en un viaje trepidante, todos los días había alguna anécdota que contar.
Hoy lo hago desde mi habitación. Con las cortinas pasadas para protegerme de un sol abrasador y un ventilador que sopla a escasos 30 centímetros de mi cara, asustando y evitando que las gotas de sudor correteen por mis mejillas.
Leer a Ana me hace preguntarme dónde quedaron esos días de verano. Quizá el viento se los llevó.
Días intensos, llenos de aventuras -en la mayoría de casos- inesperadas. Visitas a lugares de ensueño que te dejan sin respiración. Personas que se convierten en amigas por unos días y que juras volver a encontrar a sabiendas de que no lo harás. Aviones y aeropuertos. Horas de coche. Bebidas exóticas y comidas que, al instante, hace chillar a tu estómago, recordándote el sabor de ese último bocado horas más tarde. Hoteles y hostales, para algunas personas también campings. Furgonetas, carreteras y, según donde vayas, mantas.
Paro. Pienso. Analizo mi verano. Discurre entre una rutina flexible en casa, largas siestas, algún concierto y muchos pequeños momentos de los cuales ninguno, al menos a priori, es extraordinario. Todo ello mientras, tumbado en la cama, deslizo el dedo viendo historias de, lo que mi cabeza interpreta, como gente más feliz y vidas tremendamente ilusionantes, apasionantes y aventureras.
Y sí. Soy consciente de que esas fotos, vídeos y reels tienen trampa. Yo también he estado ahí. Cierro Instagram, el escaparate social en el que buscamos reforzar nuestra identidad y unas relaciones sociales frías, lejanas y, quizá, irreales.
Con la pantalla ya en negro y mirando al techo repaso lo que hasta ahora ha sido mi verano.
Un proceso selectivo fructífero. Acompañado de la gente de siempre y de otras personas que no esperaba y que se han convertido en “de siempre”. Ese instante en el instituto antes de proceder a la defensa ante el tribunal, ya con todo preparado y haciendo un último repaso mental que interrumpo para decirme algo así como “disfrútalo, es la última vez que estarás aquí”.
Cervezas frías en diferentes chiringuitos de la playa que acompañan largas conversaciones, miradas cómplices, sonrisas sinceras y silencios cómodos.
Un festival de tres días que me recuerda que llego en buena forma a los 30. Despedir, agradecer y bailar con cançons, y amistades, que mai s’acaben.
Comidas “ADSL” con parte del claustro del colegio que, aunque en periodo de vacaciones, son una inversión para garantizar un buen clima de trabajo el próximo curso. Van tres en lo que llevamos de verano. ¿Quién no quiere volver al colegio así?
Tardes de celebración que se convierten en madrugadas. No todos los años un amigo completa un doctorado en economía. Conversaciones, risas y alguna que otra travesura fortalecen nuestros lazos de amistad.
Un asado argentino con una luz tenue, debajo de un limonero y escuchando las historias de Carmen que nos remontan a esos años en los que la comida escaseaba pero las historias abundaban. Escucho y disfruto de ellas. También me hace replantearme lo poco que conozco yo de la vida de mis abuelos. Quien pudiese volver hacia atrás.
Siestas de ensueño que dejan marca.
Un baño en los pocicos con Tomás mientras divagamos sobre un futuro un poco más cierto, pero que seguimos sin controlar. Nos contamos nuestros planes a sabiendas de que muy probablemente no se cumplirán. Acordamos un viaje a Florencia.
Textos y escritos. Lo dicho, lo borrado y lo que me queda por decir. Un diario que se llena, no al ritmo que me gustaría, pero sí al que necesito. Reflexiones nocturnas en una terraza llena de pensamientos, algunos intrusivos, como el mosquito que viene a visitarme cada noche y me recuerda lo a gusto que estaba hasta ese momento.
Campamentos y actividades que inspiran, con Héctor y Juanan. Esto también es verano.
Un homenaje que hace que, aunque intentando evitarlo con todas mis fuerzas, se escapen unas lágrimas que acarician mis mejillas recordándome como tú solías hacerlo. Lo agradezco, también el llorar.
Y música. Mucha música. A cualquier hora.
Ya ves, un verano muy normal con cosas, aunque no lo parezcan, excepcionales. Porque, al final, tú haces de tu verano algo especial. Quizá no sea el sitio, tampoco la actividad ni quizá la compañía, sino lo que cada uno de nosotros/as quiera obtener de todo ello.
Disfruta.
"...largas conversaciones, miradas cómplices, sonrisas sinceras y silencios cómodos."
Necesitaba leer esto. Lo has definido a la perfección. Me encanta, como siempre, Isaac 🫶🏾💭
Qué bonito Isaac! Que bonito escribes ❤️